La luz suele ser, entre todos los factores ambientales, el más limitante en el mantenimiento y crecimiento de las plantas de interior. Cada especie tiene unos mínimos que están relacionados con su habitat natural, la intensidad de luz en la que se cultivó y el grado de aclimatación que se haya logrado.
Muchas especies de palmeras están consideradas entre las plantas menos exigentes en cuanto a los niveles de luz necesarios para su mantenimiento. Aún así, las plantas que han sido cultivadas a pleno sol poseen hojas que varían estructural y morfológicamente de aquellas que se encuentran en lugares sombreados, dando lugar a que las primeras no puedan realizar la fotosíntesis a los niveles luminosos existentes en los interiores.
Cuando en los interiores no haya suficiente luz natural emplearemos luz artificial como suplemento y, por ello, será crucial conocer si el espectro de esa luz artificial complementa suficientemente la ya existente para las necesidades de las plantas.
Como se observa en la figura nº 1, las plantas no tienen la misma sensibilidad a la luz que el ojo humano. Su máximo se encuentra en el rojo (675 nm.), siendo a esta longitud de onda en la que absorberá mayor cantidad de CO2 a través de la fotosíntesis (CO2 + H2O + Luz = Carbohidratos + O2)
Existen muchos tipos de lámparas en el mercado que sirven tanto para la iluminación general como para el mantenimiento de plantas. Las que producen «luz blanca» pueden considerarse como las mejores con tal de que su espectro tenga los máximos en el azul y el rojo (400- 700 nm.) sin que exista un marcado desequilibrio entre esas áreas, o produzca radiaciones con un alto nivel de infrarrojos.
La proximidad de la fuente luminosa es otro factor ya que la luz decrece rápidamente con la distancia y, para aprovechar al máximo la del sol, no separaremos demasiado las plantas de las ventanas.